domingo, 24 de julio de 2011

La forma Zen de resolver un problema

     
 

El maestro y el Guardián se dividían la administración de un Monasterio Zen.

Cierto día, el Guardián murió. Se necesitaba alguien que pudiera ocupar su lugar.


El maestro reunió a todos los discípulos para escoger quién haría la función de Guardián del Templo.

-"Voy a presentarles un problema",- dijo el maestro,- "y aquél que lo resuelva primero, será el nuevo Guardián del Templo".

Terminado su corto discurso, colocó un banquillo en el centro de la sala; sobre él había un exquisito florero de porcelana con unas hermosísimas flores.

-Éste es el problema-, dijo- ¡resuélvanlo!

Los discípulos contemplaron, perplejos, aquella belleza.
¿Qué representaba? ¿Qué hacer? ¿Cuál sería el enigma?

Pasó el tiempo sin que nadie atinase a hacer nada salvo contemplar el "problema", hasta que uno de los discípulos se levantó, miró al maestro y a los alumnos, caminó resueltamente hasta el florero y lo tiró al suelo, destruyéndolo.

- ¡Al fin alguien que lo hizo! - exclamó el maestro - ¡Empezaba a dudar de la formación que les hemos dado en todos estos años!. Usted es el nuevo guardián.

Al volver a su lugar el alumno, el maestro explicó:
- Fui bien claro: dije que ustedes estaban delante de un problema. No importa cuán bello y fascinante sea un problema, tiene que ser eliminado.

Un problema es un problema; puede ser un florero de porcelana muy caro, un hermoso amor que ya no tiene sentido, un camino que hay que abandonar… Sólo existe una manera de tratar con un problema.

Un problema, es un problema. No tiene sentido tratar de "acomodarlo" y darle vueltas, si al fin y al cabo ya no es otra cosa más que "UN PROBLEMA".
 

miércoles, 20 de julio de 2011

Muerte en la Sangha

 
Helena Urgel ha muerto (dicen desde el Dojo Zen de Navarra)

Ni thuigfidh td an bs go dtiocfaidh sf ag do dhors flin: "Jamás comprenderás la muerte hasta que llame a tu puerta".


Porque cuando hay vida, todo es vida. Cuando hay muerte, todo es muerte. (asegura Dôgen)

Una muerte bella

He presenciado muchas muertes. Muchas. Una vez...

El sacerdote que la asistía conocía su alma y su espíritu.

Al darse cuenta de que moriría esa noche, la mujer se asustó. Él le cogió la mano y rezó desesperadamente en su corazón para recibir las palabras que le permitieran construir un puente para el viaje. Como conocedor profundo de su vida, empezó a exponer sus recuerdos. Habló de su bondad y belleza. Era una mujer que nunca había hecho mal a nadie. Ayudaba a todos. El sacerdote recordó los momentos más importantes de su vida. Le dijo que no debía tener miedo. Se iba a casa, donde la esperaban para recibirla. Dios, que la había llamado, la abrazaría, la recibiría con ternura y amor. Podía estar plenamente segura de ello. Poco a poco la inundó una gran serenidad y placidez. Su pánico se transfiguró en un sosiego como pocas veces he visto en este mundo. La angustia y el miedo desaparecieron por completo. Estaba en consonancia con su ritmo, totalmente serena. Al sacerdote le dijo que debía realizar el acto más difícil de su vida: despedirse de su familia. Era un momento de gran desolación.

Él salió del cuarto y reunió a los familiares. Les dijo que cada uno podía entrar y quedarse unos cinco o diez minutos. Debían hablar con ella, decirle cuánto la amaban y valoraban. Nadie debía llorar ni angustiarla. Ya llegaría el momento de llorar, por ahora debían concentrarse en facilitar su tránsito. Entraron, le hablaron, la consolaron y la bendijeron. Y todos salieron del cuarto con el ánimo destrozado, pero después de haberle dado reconocimiento y amor, los mejores regalos para su viaje.

Ella misma se hallaba maravillosamente bien.

El sacerdote la ungió con los óleos sagrados y todos rezamos. Sonriente, serena, inició con toda felicidad ese viaje que debía hacer sola. Fue un gran privilegio para mí estar presente. Por primera vez se transfiguró mi propio miedo a morir. Descubrí que si uno vive en este mundo con bondad, si no aumenta las cargas ajenas, sino que trata de servir con amor, cuando llegue el momento del viaje recibirá una paz, una serenidad y una liberación que le permitirán partir hacia el otro mundo con elegancia, gracia y resignación (eso que significa situarse voluntaria y dignamente bajo un signo distinto. No esa otra cosa que es como una derrota lamigosa sin pelea).

Es un gran privilegio acompañar a quien viaja al mundo eterno. Cuando estás presente en el sacramento de la muerte, debes ser muy consciente de la situación. Dicho de otra manera, no debes concentrarte en tu propia pena. Antes bien debes esforzarte por estar presente con y para la persona que está a punto de partir. Se debe hacer todo lo posible para facilitarle la transición, a fin de que esté cómoda y serena.

Amo la tradición irlandesa del velatorio. El ritual le da al alma el tiempo que necesita para despedirse. El alma no abandona el cuerpo bruscamente; la despedida es lenta. Observarás cómo cambia el cuerpo en los primeros estadios de la muerte. Durante un tiempo la persona no abandona realmente la vida. Es importante no dejarla sola. Las casas de velatorios son lugares fríos y asépticos. Si es posible, conviene que el muerto quede en un lugar conocido para que realice su transición de manera cómoda, serena y confiada. Las primeras semanas después de la muerte, hay que atender y proteger el alma y la memoria de la persona. Hay que rezar mucho para ayudarle en el viaje a casa. La muerte es un tránsito a lo desconocido para el que hace falta mucha protección.

La vida moderna margina la muerte. Los funerales y entierros suelen ser espectaculares, pero eso es externo y superficial. La sociedad de consumo ha perdido el sentido de la ceremonia y la sabiduría necesarias para el rito de la transición. Durante el viaje de la muerte, la persona necesita cuidados profundos.

Cuando la muerte llega...

... y pasa por tu casa, nada vuelve a ser igual que antes.
Hay un lugar vacío en la mesa, una ausencia en la casa.
La muerte de un ser querido es una experiencia increíblemente extraña y desoladora.
Algo se rompe en tu interior y las piezas jamás volverán a unirse.
Se ha ido un ser amado, cuya cara, manos y cuerpo conocías tan bien.
Por primera vez, ese cuerpo queda totalmente vacío.
La muerte de un ser amado trae una amarga soledad.
Cuando amas de verdad a alguien, quisieras morir en su lugar. Pero cuando llega el momento, nadie puede ocupar el lugar de otro. La muerte se afronta en soledad.
Lo extraño de la muerte es que alguien desaparece. Alguien alcanza la última frontera.
El fallecido desaparece del mundo visible de la forma y la presencia.
Al nacer, vienes de ninguna parte; al morir, te vas a ninguna parte.
Si riñes con la persona amada y ella se va, y si estás desesperado por volver a encontrarla, recorrerás cualquier distancia con tal de hacerlo.
El momento de dolor más terrible es cuando comprendes que jamás volverás a ver al muerto.

La ausencia de su vida, la ausencia de su voz, rostro y presencia se vuelve algo que, como dice Sylvia Plath, empieza a crecer a tu lado como un árbol.

Incienso en los dojos para que su tránsito esté siendo sin dolor y sin miedo.
 

domingo, 17 de julio de 2011

Hubo un tiempo...

 
Que vale tanto como comenzar diciendo: "Érase una vez...",  un mundo en el que cada cosa ocupaba su lugar sin más pensar ni calcular ni comparar. Como los copos de nieve, cada uno cayendo exactamente en su lugar, en silencio y sin darse ninguna importancia.

Un tiempo en que lo ideal encajaba con lo real como una caja con su tapa.

En el que ininterrumpidamente había un intercambio de cortesías entre el alma y Dios.

Un tiempo en el que los hombres no "creían" en Dios sino que experimentaban Su Presencia. El asunto entonces, en aquel tiempo tan antiguo y lejano, no era si existía o no, ni si era el más grande o el único o cualquier cosa parecida... sencillamente estábamos enlazados y no-separados.

Hoy no experimentamos ni Su Presencia ni la ausencia de Su Presencia.

Hay una antigua profecía en Amós, en al Antiguo Testamento, que dice: "Día llegará en que no habrá hambre de pan ni sed de agua, sino de escuchar la Palabra de Dios". Ese día ha llegado y es hoy desde hace siglos.

Cambiamos Dios por Tao o por Unidad o por Naturaleza o por Realidad o por Ku. Pero todas van con mayúsculas porque, al final, todas esas palabras se refieren a nuestra Casa y queremos volver a Ella, donde todo encaja y encajamos. Ese lugar que no es un lugar, sin tiempo ni espacio, que sabemos que existe porque alguna milagrosa vez nos ha tocado con su esplendor. Eso que los tibetanos llaman La Clara Luz del Ser.

Algunos encuentran el camino de retorno en la música, otros sumergiéndose en la poesía de las grandes palabras, otros hacemos zazen y justo cuando anudamos la primera atadura del kimono comenzamos a entrar Allí.

Y muchas veces volvemos a Casa cuando la Eternidad nos toma por asalto al perdernos en los ojos de un alma que nuestra alma ama y el tiempo se suspende y se restauran los sellos antiguos.
    

jueves, 14 de julio de 2011

Guen-mai

 
El desayuno de todas las sesshines.

Al principio me gustaba menos que nada y la comía más bien por no quedar de pena y hacerme la caprichosa pidiendo colacao con galletas o un buen café negro intenso.

Hoy tengo que reconocer que, acompañada de su ceremonia, es pura alquimia desde la preparación: cortando las verduras, vigilando el fuego, atentos a la textura, la danza de la cuchara de madera alrededor de la olla... hasta el consumo agradecido y sagrado de los frutos de la tierra.

(ingredientes para cuatro personas)

Cortad en dados muy pequeños una zanahoria, una cebolla, un puerro, un troncho de apio y un nabo blanco.

Echadlo en agua hirviendo junto con 150 gramos de arroz integral de grano corto, previamente lavado.

Dejadlo a fuego lento entre una y dos horas, hasta que el arroz se ablande y el plato adquiera una consistencia de sopa cremosa (en los monasterios zen, lo dejan toda la noche en los fogones para que espese todavía más).

Se sirve en cuencos individuales, junto a una botellita de salsa de soja y un bote de gomasio para que cada comensal le dé el punto final de salazón deseado.

Desde el Extremo Oriente nos han llegado dos sustitutos de la sal que se están popularizando entre nosotros con notable fortuna. El primero de ellos, la salsa de soja, es un condimento de sabor inconfundible, robusto, elaborado a partir de la fermentación de habas de soja –el llamado tamari– o de habas de soja y trigo –el llamado shoyu–. También de Oriente, concretamente de Japón, nos llega el gomasio, un condimento delicioso que tiene como únicos ingredientes sal y sésamo. Esta semilla oleaginosa, de tono dorado y en forma de lágrima, se cultiva desde tiempos prehistóricos. Para la mayoría de pueblos árabes constituye un ingrediente imprescindible en la elaboración de numerosas recetas tradicionales (de hecho, fueron los árabes sus introductores en la península Ibérica, hace ya unos cuantos siglos). En castellano, se conoce también con el nombre de ajonjolí. El gomasio preparado en casa no sólo resulta más económico que el comprado, sino, sobre todo, más fresco, sabroso y nutritivo –el sésamo contiene una porción muy alta de aceites, por lo cual se oxida con rapidez–. Para elaborarlo sólo necesitamos semillas de sésamo crudas, sal marina y diez minutos.

Gomasio
En una sartén sin aceite y a fuego lento, tostad ocho cucharadas de semillas de sésamo. Vigiladlas de cerca, removiendo a menudo para evitar que se quemen. Cuando las semillas hayan cambiado de color y luzcan un dorado intenso –diez minutos suele ser más que suficiente–, pasadlas a un mortero o a un molinillo de café (los más "comprometidos" acabarán comprándose un suribachi, un mortero especial, estriado, que se utiliza tradicionalmente en Japón para preparar gomasio).

En la misma sartén, todavía caliente, verted una cucharada de sal, dadle un par de vueltas e incorporadla al sésamo. Con la ayuda de la mano de mortero o del molinillo, triturad la mezcla, con cuidado de no reducirla a polvo. En el auténtico gomasio, los granitos de sésamo no deben quedar ni demasiado enteros ni demasiado molidos. Cuando la mezcla se haya enfriado, guardadla en la nevera, dentro de un frasco de vidrio.

Algunas personas sentirán la tentación de simplificar la receta: ¿por qué tostar el sésamo, si lo venden ya tostado?, ¿por qué utilizar mortero, si existen molinillos eléctricos? En un ritual, y preparar gomasio constituye un verdadero ritual casero, cada gesto encierra un significado y tiene una razón de ser, por más que a nosotros se nos escape. Conviene tostar el sésamo porque, de este modo, cuando lo machacamos, sus aceites se liberan y se mezclan íntimamente con la sal, desprendiendo un aroma inconfundible. No se obtiene gomasio combinando sésamo y sal de cualquier manera. Una razón más para cuidar los detalles.

La Guenmai es una comida que, de alguna manera, hemos recibido en herencia del Maestro Taisen Deshimaru. En realidad el origen de esta receta está en el médico personal y amigo del Maestro Taisen Deshimaru, el japonés Isamu Numata y su origen está en la comida de tipo macrobiótico que se desarrolló en sus principios en este país. Es de esta forma como ha llegado esta receta hasta nosotros y cómo se ha constituido en el desayuno formal durante los periodos de retiro o sesshines.

INGREDIENTES
Arroz integral ( 50 gr. Por persona)
Zanahoria
Cebolla
Puerro
Apio
Nabo

Las cantidades de las cinco verduras son al gusto de cada uno, aunque lo normal viene a ser 100 gr. de cada verdura para un kilo de arroz.

El arroz debe de lavarse cuidadosamente hasta que el agua con la que se aclara salga transparente (como unos nueve aclarados) Una vez lavado se reserva.

Mientras se lava el arroz, se pone agua a hervir, en una olla alta, en la proporción 10 a 1, es decir, diez medidas de agua por cada medida de arroz. Esta proporción puede variar debido a la intensidad del fuego que utilicemos o al recipiente, así que la experiencia nos dice que pueden utilizarse de nueve a doce medidas de agua por una de arroz.

Cuando el agua rompe a hervir se echa el arroz, que previamente ha sido lavado, y se deja cocer a fuego lento, pero sin que el agua deje de hervir en ningún momento, durante unas tres horas, hasta que se forme una espesa película por el almidón que suelta el arroz, lo que le da una consistencia cremosa a esta sopa. Esa es su característica fundamental y lo que indica que el proceso de cocción ha terminado.

Las verduras deben cortarse en cuadraditos, lo más pequeños posibles y luego, todas juntas, se saltean en una sartén a fuego muy, muy lento (utilizar difusor) durante media hora y después se incorporan a la sopa de arroz cuando a ésta le falta aún de media hora a una hora de cocción.

Es importante tener cuidado con el proceso de cocción del arroz durante la última hora del mismo, pues el arroz tiende a pegarse al fondo de la olla y coger gusto a quemado, así que esta última parte de la cocción hay que controlarla muy de cerca y remover la sopa muy a menudo.

lunes, 11 de julio de 2011

Religión y Espiritualidad

 
La religión no es solo una, sino cientos.
La espiritualidad es una.

La religión es para los dormidos.
La espiritualidad es para los despiertos.

La religión es para aquellos que necesitan que alguien les diga qué hacer, quieren ser guiados.
La espiritualidad es para los que prestan oídos a su voz interior.

La religión tiene un conjunto de reglas dogmáticas.
La espiritualidad invita a razonar y a cuestionarlo todo.

La religión amenaza y amedrenta.
La espiritualidad da paz interior.

La religión habla de pecado y de culpa.
La espiritualidad dice levántate y aprende del error.

La religión lo reprime todo, te vuelve falso.
La espiritualidad lo trasciende todo, te hace verdadero.

La religión inventa.
La espiritualidad descubre.

La religión no indaga ni cuestiona.
La espiritualidad lo investiga todo.

La religión es humana, es una organización con reglas.
La espiritualidad es Divina, sin reglas.

La religión es causa de división.
La espiritualidad es causa de unión.

La religión te busca para que creas.
La espiritualidad la tienes que buscar.

La religión sigue los preceptos de un libro sagrado.
La espiritualidad busca lo sagrado en todos los libros.

La religión se alimenta del miedo.
La espiritualidad se alimenta de la confianza.

La religión hace vivir en el pensamiento.
La espiritualidad hace vivir en la conciencia.

La religión se ocupa del hacer
La espiritualidad se ocupa del Ser.

La religión alimenta el ego.
La espiritualidad hace trascenderlo.

La religión no es Dios.
La espiritualidad es el Todo y por lo tanto es “Dios”

La religión hace renunciar al mundo
La espiritualidad abre las puertas de acceso a la vida.

La religión es adoración.
La espiritualidad es meditación.

La religión sueña con la gloria y el paraíso.
La espiritualidad hace vivirlo aquí y ahora.

La religión vive en el pasado y en el futuro.
La espiritualidad vive en el presente.

La religión es un encierro en tu memoria.
La espiritualidad es libertad en conciencia.

La religión cree en la vida eterna.
La espiritualidad hace consciente de ella.

La religión te da promesas para después de la muerte.
La espiritualidad ayuda a comprender la vida.

La religión es un insulto a tu inteligencia y a la dignidad humana
La espiritualidad fluye en una única fuerza divina ... el Amor.

Los gasshô a Jurozu que "lo encontró por ahí" y se hizo eco de ello.

Personalmente matizaría algunas cosas en una buena tertulia.

Sé que para la gran mayoría la religión ha sido más una cárcel dolorosa que lo contrario. Y también sé lo simple y rápido que resulta transformar la espiritualidad en un negocio.

 En fin, lo cierto es que la religión suele ser la semilla de la espiritualidad cuando no lo es de la amargura existencial más dramática e infecunda.
 

viernes, 8 de julio de 2011

Compasión y paciencia

 
Dicen que un día le preguntaron a Etiénne cómo vivir y transmitir la Vía.

Y dicen que respondió: "Con mucha suavidad, con mucha paciencia" (a lo mejor es tan solo una leyenda, pero sirve)
 
Cuando el maestro Fukakusa no Gensei ordenó monje a su discípulo Seiko, le dijo: "Seiko, te doy el nombre de Ji Nin, compasión y paciencia. Voy a decirte lo que significa:

Cuando un bodhisattva muestra a otros la Vía usa la compasión y la paciencia.

Cuando él mismo practica la Vía utiliza la paciencia y la compasión.

Tendrás de cultivar ambas y saber que la una se nutre de la otra. Si tienes compasión, te vuelves paciente; si eres paciente, te vuelves compasivo.

Los cuatros grandes votos del bodhisattva te enseñan el camino.

El primero dice: "Las criaturas son innumerables. Prometo salvarlas a todas".SHUJO MUHEN SEIGAN DO. Este voto se cumple con la compasión.

Y el último "La Vía del Buda es sin igual. Prometo realizarla". BUTSUDO MUJO SEIGAN JO. Esto sólo se consigue con paciencia."
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