No podrás leer deprisa lo que sigue. Más bien despacio.
Es fácil que te incomode y te incomodes contigo mismo. Puede ser.
Es fácil que te incomode y te incomodes contigo mismo. Puede ser.
Pues, ¿no es extraño que yendo las cosas tan mal como se ve,
todos prediquen su tranquilidad de conciencia? ¿Cómo es esto posible? A
ojos propios todos quedan excusados del universal desaire porque en sus actos
todos actuaron de acuerdo a su conciencia, y si hubiera culpa, en todo caso
será ajena. De esta forma, queda el actuar en conciencia como
la norma moral imperante, pues no estando definida la conciencia sino muy
vagamente, siendo palabra de prestigio, se acude a ella sin reparo alguno. Por
tanto, para evitar las molestias del escrutinio moral, invoquen ustedes
constantemente a su conciencia.
O esto suyo es una insensatez y un desacuerdo con la recta
razón o bien estaré yo hablando así por padecer algún género de enfermedad
espiritual, pues en lo mío, por más que me examino, más me duelen la pena de
tantos errores cometidos por culpa enteramente mía, que el placer que acompaña
a los actos presuntamente buenos, que nunca veo lo bastante buenos ni
afinados. Y mientras la mayoría se ufana de “dormir muy bien por las
noches“, yo entro en las mías con el ánimo contrito, porque en ese
recogimiento previo al sueño me vienen a la mente las ocasiones de hacer el
bien que durante el día he perdido y las ocasiones malhadadas por torpeza
puramente mía, sin paliativos. La conciencia tranquila no es algo que tengo,
antes bien, algo que quiero tener y no puedo porque no dejo de actuar
contrariamente al Bien.
Sin embargo, a mi me parece que donde hay culpa ha de haber
desazón y en la desazón, contrición, y esto a mi se me antoja muy acorde a la
sanidad del alma pues está en su constitución natural la facultad de
remorderse; este efecto nos intranquiliza y perturba a fin de conducirnos al
arrepentimiento de donde se seguirán en el futuro, acciones muy mejores. A esta
facultad llamaban los antiguos griegos “sindéresis” o “sindereia“,
afirmando que es una chispa divina que, estando en nosotros, nos habla y nos
afea las torpezas, como el daemon de Sócrates, que sólo le hablaba cuando hacía
o decía algo impropio.
Mas hoy, el remordimiento que tortura el ánimo, no como
castigo sino como impulso a buscar el perdón, perdón que es una bendición
resolutiva, se esquiva con el enojoso argumento de la conciencia
tranquila o muy tranquila, pues éste es baluarte donde no
alcanzan las censuras, una piel de reptil sobre la que resbalan los consejos
más probados; pues, una vez contado y pesado, tener la conciencia tranquila no
es ni meritorio ni de presumir, lo meritorio es tener la conciencia recta,
buena y sobre todo, inspirada por Dios. Y la prueba de ello arriba cuando no es
uno quien afirma la rectitud de su conciencia (afirmación siempre temeraria),
antes bien, cuando son los demás quienes, juzgándolo a uno, desean tomarlo como
ejemplo, y desean emularlo en lo virtuoso. Pero esto ya nos llevaría a
alargarnos demasiado.
y no sé de dónde lo saqué (y suscribí en el pensamiento y el arrepentimiento, de la cruz al punto). Sea como sea me pareció que estaba hablando de mí... pensándolo bien ¿no sería un texto de Ludovico el Rojo?