lunes, 23 de noviembre de 2015

Zen es zazen, no?

La postura.-
Todo el mundo llega con una pregunta: “¿Qué hay que hacer?”. El zen es fundamentalmente una práctica. La práctica constante y paciente de una postura que cualquier practicante de zazen es capaz de describir en todos sus detalles. Al menos en esta parte del planeta zen.

Bien, uno escucha atentamente las indicaciones y, esperanzado, se dice a sí mismo que no parece complicado, lo cual en principio resulta sorprendente, porque si hay alguna idea comúnmente aceptada con respecto al zen es que es duro. Pero la postura no es complicada: coges un cojín bien duro, suele ser redondo y se llama zafu, te sientas a lo indio sobre él, mejor en medio loto que solamente con las piernas cruzadas, bajas las rodillas hasta que toquen el suelo, pero bien tocado, más bien como que caigan a plomo y aprieten bien la tierra. A continuación tiras de la pelvis hacia delante como queriendo sacar culo, lo que se dice “culo de pollo”. En cuanto a la cabeza, tiras de ella hacia arriba, dicen que como si quisieras tocar el cielo con ella, con lo que conseguirás estar tieso como un ajo y, a estas alturas, la espalda estará estirada y recta que es de lo que se trata. Ya sólo faltan las manos y la conciencia. Lo de las manos es fácil de hacer y difícil de explicar, pero aproximadamente es así: con los brazos caídos a lo largo del cuerpo pero un poco despegados, se apoya el dorso de la mano derecha sobre el muslo, o el regazo, con lo cual queda hacia arriba, como mirando al techo; entonces pones la mano izquierda reposando sobre la derecha, pero claro, sobran los dos dedos gordos como te habrás dado cuenta si sobre la marcha estás siguiendo las instrucciones. ¡Tenemos solución para ello!: les ponemos uno frente a otro, pegaditos por la puntita superior de la uña o la puntita de las yemas. ¡Listo! Tienes la postura física, corporal. Y...

La cuestión de la conciencia es delicada, sobre todo porque normalmente se entiende mal. Esta es otra de las fotos fijas que uno tiene en la cabeza. Parece que en este tipo de técnicas uno tiene que quedarse en blanco, o sea, no pensar en nada. Pero como hasta en esto tienen que hacerse los originales, pues tampoco es así. Lo más sencillo que puedes escuchar a este respecto es que dejes surgir y pasar los pensamientos, lo más complicado será que pienses con el cuerpo. De todos modos, lo problemático es entender qué cosa quieren decir con eso. Parece que se trata de no quedarse con el primer pensamiento que a uno se le ocurra y seguirlo y seguirlo y reflexionar y reflexionar, cavilar y cavilar.  Así que esa tontería que igual hasta te dice el más parlanchín de que la postura, como es la de buda, ya es en sí misma la iluminación, pues no, porque tú te pones, haces todo lo que te dicen y… ¡un chasco! porque de iluminación nada de nada. Cuestión distinta es que si uno sigue y sigue -bruto- la iluminación le caiga encima y con un poco de mala suerte hasta le sienta mal, que de todo hay. Pero es que es como todas las cosas: que no son la purga de benito, para qué nos vamos a engañar!. Y en eso la verdad es que no engañan. Ya desde el principio dicen que zazen es una práctica.

Y en cuanto a la respiración pues se respira preferiblemente con el abdomen, o sea, que sea el abdomen el que se infla y se desinfla. Hay que seguir la respiración, no hay que forzarla para que sea más profunda o más larga o más lo que sea. Simplemente hay que dejar que sea como es y observarla de la misma forma en que nos damos cuenta de los latidos del corazón. No intentamos que vayan más deprisa o más despacio, les sentimos, les notamos. Punto. Y curiosamente esto que puede parecer un aburrimiento, según se va practicando se le va encontrando la gracia y termina siendo una delicia. Claro que hay que tener un poco de paciencia con uno mismo porque enseguida y a pesar de nuestras buenas intenciones, la cabeza se nos dispara y se pone a pensar en cualquier cosa. No importa: volvemos a mirar nuestra respiración. Porque en la sentada zen no se hace mucho más que dejarse estar. Es como lo que decían al principio de “Doctor en Alaska”: “sin nada más que tiempo para estar”, con lo que sea que sucede, que puede ser agradable o desagradable: “¡Ah, qué bien me encuentro! ¡Ah, como me duelen las rodillas! ¿Qué demonios hago yo aquí sentada como una tonta?”... pues eso: estar, ser. Lo sientes, lo dejas pasar, aparece otro pensamiento: lo miras, lo dejas pasar. No aferrarse, no seguir los pensamientos, los sentimientos, las emociones, las sensaciones... nada. El resto de cosas que vayan sucediendo, cómo el zazen cambia nuestra vida o muchas de nuestras actitudes... eso ya es cosa de cada cual, cada uno experimenta todo el registro de experiencias humanas, pero eso es un asunto íntimo. Una vez una maestra dijo: “zazen es volverse íntimo con uno mismo”. Pues eso.

El maestro.-
Un maestro zen no es un facilitador de crecimiento personal, no procura que su discípulo crezca como persona. Si eso sucede como resultado de la práctica, y sucederá sin ninguna duda, ¡genial!, pero no es el objetivo. El maestro zen no pretende nuestro bienestar sino nuestra percepción de la Realidad. Son dos cosas distintas aunque, finalmente una cosa lleve a la otra.

No es un amigo espiritual aunque pueda tener para el discípulo, emocionalmente, ciertas características propias de lo que los celtas denominaban un amigo del alma, aquel con quien nos unen lazos difícilmente explicables y muy fácil y claramente sentidos, personas cuyas almas ven las nuestras y nosotros las suyas más allá de las palabras en un comunicación que en el planeta zen se denomina i shin den shin (de corazón a corazón).

No es un terapeuta aunque conozca mucho de los sufrimientos del hombre, sus causas y sus soluciones. Pero su labor no es la construcción del “yo” como suele ser la de la mayoría de los terapeutas, sino su trascendencia. Si tenemos un ego sanamente construido al cual poder trascender, que no aniquilar, no es asunto suyo, sino nuestro.

Ni tampoco es alguien destinado a consolarnos en los momentos difíciles de desesperanza y sufrimiento, incluso se podría decir todo lo contrario, en la noche oscura del alma tal vez no nos consuele sino que nos espolee más sabiendo que es un momento crucial en el camino. Esto sería la Gran Compasión de la que habla el budismo y el zen en concreto, pero desde luego a la víctima de ese sufrimiento le parecerá cualquier cosa menos compasivo.

No es un interlocutor válido para filosofar sobre las cosas de la vida y la muerte, aunque esté perfectamente capacitado para hacerlo, puesto que no le da mucha, o más bien ninguna, importancia a las palabras. Sus métodos tienen más que ver con el estilo de educación y transmisión del conocimiento del pueblo japonés, quizás porque la esencia del zen, no hay que olvidarse, de momento y hasta que se produzca la plena integración con la cultura occidental, es japonesa.

¿Qué es entonces un maestro zen?. Posiblemente se acerque más a un educador que a cualquier otra cosa. Porque el zen en definitiva es una educación. No es un aspecto en el que se haga demasiado hincapié pero el zen educa el cuerpo y el espíritu y lo hace fundamentalmente a través del cuerpo que en definitiva es cuanto tenemos para manejarnos en esta vida. Es un educador del comportamiento esperando que ese comportamiento termine permeando hacia la conciencia.

Y dentro del planeta zen el maestro o la maestra es absolutamente necesario. Y es una cuestión muy delicada. Prácticamente en ningún sendero espiritual, en ninguna escuela de meditación se puede prescindir del maestro. Fundamentalmente porque cuando uno se adentra en el territorio espiritual, entra en auténtico territorrio comanche, desconocido, radicalmente distinto del mundo al que estamos acostumbrados donde las cosas se ven y se palpan. No es igual al mundo físico aunque esté absolutamente imbricado con él y no haya forma de separar uno de otro. Es un terreno en el que el principiante tiene poca o ninguna experiencia y, sobre todo, está lleno de peligros y espejismos.

La meta de todo camino espiritual y el zen no es una excepción, es la trascendencia del ego. El maestro es la persona que conduce al practicante a través de todo el proceso. ¿Uno puede hacerlo solo?. Seguramente sí, pero excepcionalmente. Así que en este como en todos los viajes es mejor cubrirse las espaldas. Tener un maestro es más eficaz y más seguro. El maestro pone nombres a las cosas que nos suceden, despeja dudas, ataja las tan comunes ilusiones de iluminación o avance, proporciona métodos y técnicas, consuela en los peores momentos, nos empuja más allá de nosotros mismos sin dudar, sin falsa compasión.

Un maestro dijo: “Es necesario tener un maestro, aunque el mejor maestro sea la vida, no hay maestro más severo que ella. La vida hace lo que tiene que hacer, no piensa ni valora, ni compara. No calcula”. Lo único malo de tener como maestra a la vida es que las interpretaciones corren de nuestra cuenta y las interpretaciones las hacemos a través de nuestro ego del cual no nos podemos fiar completamente.

Lo normal es tener una idea del maestro como alguien dulce y compasivo que sostiene nuestras dudas y dolores. Pero el maestro zen no es exactamente de esa forma. Si tiene alguna característica es que actúa como un bisturí: rápido y tajante. No es alguien que disculpe nuestros errores, ni siquiera los más pequeños. Nombrará las cosas por su nombre verdadero. Lo que es una tontería es una tontería. Lo que es correcto es correcto. Y esta es una de las dificultades, porque en un maestro zen no se encuentra un amigo espiritual, ni un compañero. No es una relación de amistad aunque puede haberla. Es muy importante tener claro esto. A la hora de buscar un maestro hay que saber qué buscamos. Nuestro maestro de matemáticas no tiene por qué ser nuestro amigo y nuestro maestro espiritual tampoco.

La labor del maestro zen es señalar la técnica que nos permita la percepción de la Realidad y no permitir que nos apartemos de ella. Utilizará más el “no es éso” que el: “éso es”, el “neti-neti” de Nagarjuna (ni esto ni aquello) lo cual puede llegar a ser desesperante puesto que cualquier cosa, sensación o experiencia en la que pretendamos apoyarnos será negada no tanto por la validez de la experiencia en sí como por el alimento que para el ego supone. Habrá momentos y muchos en los que sintamos una especie de vértigo: si no es éso, ni éso, ni éso, ¿qué es?. Necesitamos poner etiquetas a las cosas y el zen no nos permite hacer éso. Va más allá de las etiquetas puesto que entiende que al poner un nombre a las cosas ya nos hemos separado de la realidad, hemos introducido una brecha por pequeña que sea. Es fácil entender esto conceptualmente, pero vivirlo es otra cosa, vivirlo supone prácticamente “vivir sin cabeza” que es justo lo que estamos más acostumbrados a valorar.

Por todo ello el maestro zen puede resultar, aunque no necesariamente, especialmente brusco y duro. No hay que dejarse engañar por éso. Hay que recordar permanentemente que nuestro objetivo en el zen no es encontrar amigos sino encontrar un guía eficaz que nos lleve a la percepción de la Realidad. La felicidad o infelicidad derivada de nuestros descubrimientos personales al poner en práctica los métodos y técnicas, son cosa nuestra y para nuestro disfrute y el de todos los que nos rodean.

El zen es la enseñanza de la aceptación del proceso de vivir y experimentar. Y por lo tanto se refiere a todos los aspectos de la vida. Hay un aspecto del zen que suele pasarse por alto: el zen es una educación. Una educación para vivir. En el dojo todo está normalizado, hay formas exactas de hacer las cosas, todas, desde entrar con el pie izquierdo hasta la manera de colocar el cojín (zafu) con la cinta blanca hacia la pared. No hay nada que no tenga una forma estricta, ésa y no otra, de hacer las cosas en el dojo. Lo cual permite dos cosas bien distintas y paradójicas: por un lado la concentración en los gestos, movimientos de cada parte del cuerpo y los desplazamientos y por otro lado permite la liberación de la mente respecto a la toma de decisiones sobre qué hacer en cada momento. Ni siquiera hay por qué elegir el lugar donde uno se va a sentar a meditar en el dojo: también está previsto. Así que no hay peleas, no hay elección de lugar. El maestro tiene su lugar, el godo tiene el suyo, los monjes antiguos el suyo, los principiantes...

En las iniciaciones se dan unas pocas instrucciones básicas sobre cómo comportarse dentro del dojo y durante la meditación, pero en el planeta zen no se cuenta todo, ni mucho menos, así que hay momentos en los que uno lo hace mal y se gana una bronca. Aquí funciona la norma de que el desconocimiento de la ley no exime de su cumplimiento y gran parte de las normas y formas se irán aprendiendo y comprendiendo casi por ciencia infusa, por intuición o, como dicen los maestros, siguiendo el orden cósmico y que desde luego uno no sabe qué cosa puede ser éso.

El maestro zen actúa como un espejo de nuestro espíritu, devolviéndonos la imagen de todas nuestras neurosis, temores, anhelos y esperanzas. Sin piedad. Como ser humano seguramente no sea perfecto, pero está desnudo y permanece desnudo, es un hombre o una mujer que han bajado sus defensas, se conocen, se admiten y han abandonado las máscaras con las que los humanos solemos protegernos. Idealmente no existen ya en ellos ninguno de los mecanismos de defensa que normalmente usamos. Son lo que son y con su actitud nos invitan a permitirnos ser nosotros mismos sin temor. Transparentes. No hay un ego ni un nada que proteger y cuidar.

Las respuestas de un maestro zen se caen de puro y aplastante sentido común. 

Lo malo de todo esto es que no hay maestros zen por las esquinas, en realidad hay poco donde elegir y suele pillarnos lejos de nuestra casa, así que hay que contentarse con acudir a las sesshines que los dojos organizan con el maestro al que estén adscritos y en esos días de intensa concentración procurar dejarse empapar de su enseñanza. Si uno quiere más desde luego puede irse a vivir con él pero es algo que suele estar fuera de nuestro alcance. Y del cualquier forma el compromiso con el zen generalmente no alcanza esa profundidad.

Mushotoku.-
En términos generales cuando uno aterriza en un dojo zen lo hace para obtener algo para sí mismo ya sea fuerza, poder, poderes mágicos o amigos, tal vez bienestar físico o psíquico. Uno no calcula que le puedan decir que zazen no se hace para uno mismo, ni para obtener nada. Si no hay un ego real ¿quién podría obtener algo? ¿para quién podrían ser los beneficios?. Cuando uno practica zazen lo hace por una razón idiota: porque sí. Es lo que llaman mushotoku, sin beneficio ni no beneficio. Uno se levanta por la mañana y va al dojo.

Un maestro decía que para lo único que sirve el ego es para tener la voluntad de levantarse pronto por la mañana y, así caigan chuzos de punta, ir al dojo, dejar la ropa de la calle, vestir el kimono negro y entrar a practicar zazen. No tiene sentido pensar yo soy mejor que ése que se queda en la cama calentito durmiendo porque yo medito, yo voy al dojo. No tiene sentido. Tú vas y éso es independiente de lo que otro pueda decidir hacer o no hacer. No hay comparación, no hay mejor o peor, es solo que tú vas porque vas. Tener el sentimiento de ser mejor, o más especial o más avanzado en el camino espiritual es más alimento para el ego. No tiene sentido. Y esto, como tantas otras cosas, que conceptualmente se entienden bien, tiene el problema de sentirlo con todo el cuerpo, saberlo más allá de palabras o conceptos, con toda certeza, se podría decir que se sabe sin saber que se sabe, inconscientemente. Igual que sé que respiro y no a cada respiración tengo en mi cabeza el proceso, es simplemente que yo funciono respirando. Sucede que esta actitud no es algo que uno elija sentir o poseer, es algo que sucede o no sucede y para que suceda hay que ejercitarse y entrenarse.

Así que si uno no va al dojo en forma mushotoku, no importa, sólo hay que ir. Lo demás vendrá por sí mismo. Así que si uno no se sienta en la forma adecuada y correcta, con el espíritu correcto, no importa, solamente uno lo sigue intentando, dejando que la naturaleza y el zazen o la meditación hagan el resto.

La educación.-
No  hay que olvidar, aunque no se diga a menudo, que el zen es una educación. Y una educación estricta para más señas. La educación del espíritu por medio del cuerpo. Si bien fuera del dojo uno puede hacer lo que le venga en gana, una vez que ha traspasado el umbral del dojo, todo, absolutamente todo está normalizado y no son precisamente flojos en lo que respecta a la transgresión de las reglas. Si uno mete la pata y habla en el dojo, nadie le recordará amablemente que no se debe hablar, sino que a uno le caerá una bronca de padre y muy señor mío. Y será francamente desagradable porque los habitantes del planeta zen son duros.
Y la mayoría de las veces no hay una explicación verbal de nada, en general se tratará de una sola frase del estilo de ¡silencio! O ¡no moverse!  Que le dejará a uno patitieso y,  éso sí, quieto como una roca.
La explicación habitual suele ser que se trata de romper el ego y al ego no se le rompe tratándolo en su mismo terreno.

Las críticas.-
Cuando uno encuentra el zen, en términos generales se da cuenta de que ha encontrado un tesoro. Cuando avanza en el camino del zen se da cuenta de que ha entrado en una iglesia con todo lo que tiene de organización humana piramidal y conflictiva.

De lo que se dice en las iniciaciones a lo que luego es en realidad hay una diferencia grande. En principio se dice que zen es zazen y zazen es la postura. Aparentemente si uno va al dojo, se sienta en la postura indicada con la actitud de espíritu indicada y la respiración indicada, éso es zen. Pero no es verdad del todo. Tal vez sea el eslogan, la propaganda que impacta, la publicidad que engancha. Cuando uno ya lleva un tiempo sentándose en un dojo se da cuenta de que hay mucho más detrás de la apariencia simple de la práctica de zazen. Casi lo primero que uno se encuentra es el samu, el trabajo manual y que suele centrarse en la limpieza y mantenimiento del dojo pero que también se refiere a todo tipo de trabajos alrededor del dojo: enseñanza, traducciones, publicidad, organización de sesshines... Aunque no se nombra en las iniciaciones ni aparece descrito en la famosísima frase de Deshimaru, el samu es una parte importante en el planeta zen. Y la sorpresa que se pinta en el rostro de algunos principiantes cuando se entera de que tiene que hacer trabajo doméstico es digna de ser vista. Y digo de algunos porque la mayoría de los principiantes a esas alturas de práctica están todavía lo suficientemente impactados por la joya que acaban de encontrar que admiten casi todo lo que les echen sin más ni más. Y no es que el samu sea malo, ni mucho menos, es que de éso no habíamos hablado. O sea que hay un momento, y habrá muchos más en el que zen deja de ser zazen, como habíamos quedado, y pasa a ser además samu.

Más adelante uno se entera de que hay periodos de tiempo repartidos en el año dedicados a la práctica intensiva de la meditación. Se llaman sesshines y hay que ir. Sigue sin ser obligatorio. Pero hay que ir. Y hay un momento en el que la exigencia es de ir a todas.

En el zen no hay nada obligatorio, es cierto, pero entonces te harán sentir con toda claridad que no estás practicando zazen sino cualquier otra cosa y éso puede terminar siendo un tanto desagradable y conduce a muchas dudas espirituales.

El problema es que crees que ya está cuando encuentras zazen y te sientas y meditas y punto y pelota, pero no, no está. O entras en la iglesia y acatas lo que hay o no es zen, no me digas por qué, pero no es zen. Y aunque se diga que el zen está desprovisto de todo tipo de folclore, no es cierto, lo tiene y mucho. Desde la vestimenta a los rituales, desde el lenguaje al estilo, todo es un añadido a la meditación pura y dura que primero te venden.

En definitiva para hacer zen uno no se puede inhibir del samu, de los instrumentos, de los rituales, de las sesshines, de los kimonos, de las ordenaciones, del kesa o del rakusu, ni del budismo. Lo normal es que no sea obligatorio, pero no es menos cierto que será considerado miembro de segunda o tercera categoría o ni siquiera miembro.  Uno no se puede inhibir de la organización humana.

Es una contradicción. Supuestamente el zen proporciona una práctica de meditación que conduce al practicante hasta la comprensión no personal de la realidad. Y esa práctica de meditación en principio parece que requiere el único requisito de sentarse en esa postura y observar la respiración.

De cualquier forma el problema no es que las normas sean rígidas e indiscutibles, éso se puede asumir. El problema es la dureza con la que se imponen. El problema es la falta de dulzura, de suavidad, de paciencia, de respeto al proceso interno de cada quién.

Lo que no se entiende es que el zen es una iglesia, que tiene sus rituales, su lenguaje propio, su formas y maneras, sus autoridades. Y no se entiende porque no se dice. Porque la propaganda zen, al menos aquí en occidente insiste en diferenciarse claramente del resto de iglesias y religiones. No es cierto. El zen no es sencillamente zazen. Es mucho más. Y hay que saberlo porque de la misma manera que los jesuitas adoctrinan a sus discípulos, el zen adoctrina a los suyos. Hay una forma de ser jesuítica que casi cualquiera detecta y hay una forma de ser zen que se huele a kilómetros de distancia. ¿Qué tiene éso que ver con la percepción de la realidad tal cual es?. Posiblemente sean los primeros pasos en una educación que conduce al despertar. Posiblemente, y sin embargo en los últimos tiempos el asunto del zen, a mí, me suena a secta, a comedura de tarro, a lavado de cerebro.

¿Es tan difícil ofrecer un lugar donde recogerse con el único requisito de mantener el silencio y una postura determinada?. Y después, si surge el debate y la discusión pues se debate y se discute y se va aprendiendo junto con los otros, durante la discusión, cuestiones sobre la responsbilidad o lo que sea que sea. Echo de menos un lugar donde no me aleccionen, donde no me digan cómo se tiene que ser o qué hay que pensar. Primero pensé que lo había encontrado en el zen porque siempre me recomendaban que cualquier cosa la contrastara con mi experiencia, pero luego hay demasiados requisitos, demasiadas cosas que hacer, demasiados mandatos que obedecer.

La responsabilidad.-
Yo soy yo y tú eres tú. Yo no estoy en el mundo para cumplir tus expectativas y tú no estás en el mundo para cumplir las mías. Esto es parte de una oración que los terapeutas gestalt y sus pacientes recitan al inicio de la sesión de terapia. En el zen esa visión de la responsabilidad sobre el propio mundo y las propias acciones, sentimientos, sensaciones, pensamientos, es la misma. Yo soy yo y tú eres tú. Lo que uno hace es cosa de uno. Habitualmente uno está muy acostumbrado y resulta muy cómodo echar balones fuera. He hecho esto porque... mil y una razones, mil y una explicaciones y causas. Y puede ser cierto, pero eso no nos aleja de nuestra responsabilidad sobre lo hecho o lo dicho. Ni nos exime del pago de las consecuencias. Porque en eso la vida es terca como una mula y dentro del mundo zen sucede exactamente lo mismo. Nadie vendrá a echarte una mano para ayudarte con tus responsabilidades, al que le toca le toca, parece que vienen a decir, así que carga con tu parte que yo cargo con la mía y el mundo rodará perfectamente sincronizado y armónico.

En esto se diferencian claramente de casi cualquier otra religión excepto, quizás la tradición chamánica. No pretenden ser buenos, sencillamente pretenden hacer la parte que les corresponde. El maestro no será nada más que maestro y el responsable de la cocina exclusivamente se ocupará de su cocina y le importará muy poco si el altar está hermosamente colocado en la forma que debe estarlo. Pase lo que pase él no sacará tiempo de ninguna parte para echar una mano al responsable del altar que se supone que es lo suficientemente capaz de mantenerlo en orden. Si se lo piden y decide hacerlo lo hará y puesto que nace de una decisión propia no esperará de ninguna manera que nadie se lo agradezca ni aceptará tampoco ningún tipo de chantaje emocional en el caso de que haya decidido hacer caso omiso de la solicitud de ayuda.

Sucede que esta forma de hacer y comportarse puede conducir con mucha probabilidad a una forma de ser y de actuar rígida y seca. Muchos sinceros practicantes de zen han cancelado su vinculación con el mundo zen justamente porque finalmente sentían que había poco calor, que la nombradísima compasión del zen era poco compasiva, poco cálida y muy poco alegre.

La alegría.-
Cuando se ha tomado contacto aunque solamente sea de forma momentánea con algo trascendente, cuando uno por un instante se ha situado en un plano más elevado de conciencia y de funcionamiento, se ha podido dar cuenta de que la emoción básica, el estado básico era de gozo, de alegría. Todos los místicos de todas las religiones en los momentos de éxtasis y de contacto con lo absoluto, han exclamado de alegría, aleluya, risa, ligereza. A pregunta de una periodista sobre lo mal que está el mundo, Maharisi contestó: “En su mundo no lo sé, en el mío todo está bien”. En el camino espiritual muchas veces la impresión es de que todo está mal y solo yo estoy bien. Todos están locos y solo yo poseo la verdad sobre cómo deberían de ser las cosas. En consecuencia muchos practicantes se vuelven intolerantes, sectarios, intentan imponer sus criterios, por otra parte tan personales como los de cualquier otro. Es necesario sacudirse esa sensación del cuerpo. Se hace necesario no olvidar que  hay mil formas de hacer las cosas y que no existe el patrón de lo correcto o lo incorrecto, que lo adecuado o no adecuado cambia permanentemente y que en la trama del universo no podemos saber qué es lo que se debe hacer. Todos respondemos a las situaciones en función de nuestra propia historia personal pasada y de nuestras expectativas sobre el futuro, de la forma en que nos mezclamos con el ambiente y las personas, de nuestros miedos. Y si eso es así para mí también lo es para los demás. Hay un perdón para cada uno, una oportunidad para todos, un pago de consecuencias del que no es posible escapar ni yo ni los otros. Y en esta historia en la que todos  estamos embarcados es mejor comprendernos los unos a los otros, disculparnos los unos a los otros y esperar un día más por ver si las cosas cambian.
           

4 comentarios :

  1. Gracias Ane por tu reflexión, que me parece valiente por tu parte. Eso que expones y criticas en realidad no es budismo zen, sino el estereotipo con el que a este se le ha confundido en occidente mayoritariamente.

    Afortunadamente existen también otras formas, menos infantiles y dogmaticas, de practicar y vivir el zen sin toda la parafernalia extremo-oriental (de origen confuciano, que no budista) que expones en tu entrada. Incluso también aquí en occidente, solo hay que buscarlas, y el primer lugar en el que indagar no está ñejos, sino dentro de uno mismo.

    Con todo no te preocupes, ese zen del que hablas creo que desaparecera pronto, no solo por la ley de la impermanencia de todas las cosas, sino porque ya está carente de vida. Nadie lo habita más que zombis disfrazados de chinos que se hacen viejos repitiendo, cada vez con más desgana, gestos incomprendidos e incomprensibles.

    Un afectuoso saludo.

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  2. Preguntas: "¿Es tan difícil ofrecer un lugar donde recogerse con el único requisito de mantener el silencio y una postura determinada?. Y después, si surge el debate y la discusión pues se debate y se discute y se va aprendiendo junto con los otros, durante la discusión, cuestiones sobre la responsbilidad o lo que sea que sea."

    Pues no, no lo es, aquí por ejemplo tienes uno:

    - http://huellaszen.blogspot.com.es/p/la-meditacion-zen-zazen-consiste-en.html
    - Y aquí otro: http://budismosecular.org/2015/01/30/grupo-de-meditacion-en-barcelona/
    - Y aquí otro más: http://www.lastelladelmattino.org/vita-della-comunita/gruppo-zazen-di-livorno
    - Y hay todavía más, pero si ninguno te cae cerca, pues simplemente se coge y se lo inventa uno, no es dificil.

    En realidad lo más dificil es no dejarse llevar por la tentación de hacerse pasar por una especie de "maestro" (y esta tentación acecha siempre), pues entonces se estaría reproduciendo una de las fuentes principales del desastre en el que se ha convertido el zen occidente.

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  3. Hola Roberto!

    El dojo de Valladolid me resulta hermoso justamente porque fue mutando desde lo que cuento en la entrada hasta lo que es hoy; más parecido al "lugar donde recogerse...." que a lo que "se llevaba" en otro tiempo. O al menos eso pienso yo.

    Sea como sea, sí puedo decirte una cosa: mucha parte de la "culpa" la tuvo tu blog huellasdelzen. Creo que ya te lo he dicho alguna vez pero lo repito: hace años que lo encontré y para mí supuso algo parecido a cuando una llave encaja en su cerradura. Por ello y por todo, gracias y un abrazo muy fuerte :)

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  4. Un "lugar donde recogerse" es algo que suena bien. Un abrazo.

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