viernes, 25 de abril de 2014

La conciencia tranquila

No podrás leer deprisa lo que sigue. Más bien despacio.
Es fácil que te incomode y te incomodes contigo mismo. Puede ser.


Donde tener la conciencia tranquila significa, las más de veces, tener la conciencia vacante extinta o engañada, pues de otro modo no se explica que, ante los despropósitos de los que es testigo nuestra era, tanto en lo general como en lo particular, nadie, ninguno, confiese culpa alguna, ni acepte la parte que de ella pueda corresponderle. Nunca había visto yo tantas conciencias tranquilas en mis años.
Pues, ¿no es extraño que yendo las cosas tan mal como se ve, todos prediquen su tranquilidad de conciencia? ¿Cómo es esto posible? A ojos propios todos quedan excusados del universal desaire porque en sus actos todos actuaron de acuerdo a su conciencia, y si hubiera culpa, en todo caso será ajena. De esta forma, queda el actuar en conciencia como la norma moral imperante, pues no estando definida la conciencia sino muy vagamente, siendo palabra de prestigio, se acude a ella sin reparo alguno. Por tanto, para evitar las molestias del escrutinio moral, invoquen ustedes constantemente a su conciencia.

O esto suyo es una insensatez y un desacuerdo con la recta razón o bien estaré yo hablando así por padecer algún género de enfermedad espiritual, pues en lo mío, por más que me examino, más me duelen la pena de tantos errores cometidos por culpa enteramente mía, que el placer que acompaña a los actos presuntamente buenos, que nunca veo lo bastante buenos ni afinados. Y mientras la mayoría se ufana de “dormir muy bien por las noches“, yo entro en las mías con el ánimo contrito, porque en ese recogimiento previo al sueño me vienen a la mente las ocasiones de hacer el bien que durante el día he perdido y las ocasiones malhadadas por torpeza puramente mía, sin paliativos. La conciencia tranquila no es algo que tengo, antes bien, algo que quiero tener y no puedo porque no dejo de actuar contrariamente al Bien.

Sin embargo, a mi me parece que donde hay culpa ha de haber desazón y en la desazón, contrición, y esto a mi se me antoja muy acorde a la sanidad del alma pues está en su constitución natural la facultad de remorderse; este efecto nos intranquiliza y perturba a fin de conducirnos al arrepentimiento de donde se seguirán en el futuro, acciones muy mejores. A esta facultad llamaban los antiguos griegos “sindéresis” o “sindereia“, afirmando que es una chispa divina que, estando en nosotros, nos habla y nos afea las torpezas, como el daemon de Sócrates, que sólo le hablaba cuando hacía o decía algo impropio.

Mas hoy, el remordimiento que tortura el ánimo, no como castigo sino como impulso a buscar el perdón, perdón que es una bendición resolutiva, se esquiva con el enojoso argumento de la conciencia tranquila o muy tranquila, pues éste es baluarte donde no alcanzan las censuras, una piel de reptil sobre la que resbalan los consejos más probados; pues, una vez contado y pesado, tener la conciencia tranquila no es ni meritorio ni de presumir, lo meritorio es tener la conciencia recta, buena y sobre todo, inspirada por Dios. Y la prueba de ello arriba cuando no es uno quien afirma la rectitud de su conciencia (afirmación siempre temeraria), antes bien, cuando son los demás quienes, juzgándolo a uno, desean tomarlo como ejemplo, y desean emularlo en lo virtuoso. Pero esto ya nos llevaría a alargarnos demasiado.


y no sé de dónde lo saqué (y suscribí en el pensamiento y el arrepentimiento, de la cruz al punto). Sea como sea me pareció que estaba hablando de mí... pensándolo bien ¿no sería un texto de Ludovico el Rojo?

2 comentarios :

  1. 119. El malhechor todo lo ve bien hasta que su mala acción da fruto, pero cuando madura la fruta, entonces ve sus desafortunados efectos.
    120. Incluso una buena persona puede experimentar dolor al obrar bien, pero en cuanto el fruto se produce, entonces experimenta los buenos resultados.
    121. No penséis con ligereza sobre el mal diciéndoos «no vendrá a mí». Igual que un cántaro se llena gota a gota, del mismo modo el necio, acumulándolo poco a poco, se llena de maldad.
    122. No penséis con ligereza sobre el bien diciéndoos «no vendrá a mí». Igual que un cántaro se llena gota a gota, del mismo modo el sabio, acumulándolo poco a poco, se llena de bondad.

    Dhammapada

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    Respuestas
    1. Oye Roberto... gracias. Se me había olvidado el Dhammapada, la verdad pero no sabes lo bien que me ha venido. Ahora mismo se lo paso a todos los del dojo por si acaso no lo tienen a mano :)

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