miércoles, 19 de septiembre de 2012

Teresa de Calcuta




Dicen que a la Madre Teresa de Calcuta le pasó en los últimos tiempos que se llenó de dudas, que dejó de ver, que quiso parar, que no tenía ánimo más que para reproches y blasfemias. Y que estaba asustada, muy asustada. Aburrida, cansada, asqueada, inútil y estéril.

De todos modos no paró. No lo hizo. Continuó aunque la confianza la había abandonado. Continuó aún cuando no encontrara ningún motivo personal (ni “cósmico”, seguramente) para hacerlo. Un día y otro y otro más a lo mejor creyendo que lo importante no es lo que uno siente sino lo que hace y regala.

Dicen que de tanto sufrimiento con el que se rozaba perdió la fe en el Espíritu y que “harta ya de estar harta ya se cansó”. Dicen que sufrió de sinsentido y desesperanza. Y que gritaba en sus cartas pidiendo consuelo, socorro y certezas a sus confesores que no sabían qué hacer por ella.

Y después murió y no fue la muerte de una santa aunque lo pareciera. O tal vez sí porque fue fiel mucho más allá de la fidelidad serena y deliciosa de los bendecidos por la gracia de la Fe.

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