lunes, 9 de noviembre de 2009

Siguiendo con las presentaciones

Entra como una especie de vértigo al presentarse: ¿qué digo que soy? o ¿quién digo que soy? Puedo decir mi nombre (mentira) o mi profesión (mentira) o de quién soy hija (muchas veces mentira también) mis años (mentira). Porque...

Me llamo maría victoria gema (lo de gema no lo sabe casi nadie) pero no me corresponde nada de nada, así que ahí ando yo buscando mi nombre verdadero, el que me nombra y que, a falta de otro mejor, de momento, escribo ane.

Trabajo como auxiliar de enfermería en la unidad de psiquiatría infanto-juvenil del hospital clínico, pero no es esa ni mi profesión ni mi función en el orden de las cosas (¿o sí?).

Sí soy hija de mis padres, al menos. No me pasa eso de que no tengo nada que ver con mi familia y que pareciera que la cigüeña se equivocó al dejarme caer. No, mi padre y yo somos los dos de norte. Mi madre y yo somos las dos muy “marujas”... por ejemplo.

Tengo cincuenta años. Parece que tengo menos y en realidad tengo tantos como la tierra o como algún planeta de lo que llaman el universo profundo.

Me defino mejor por lo que calienta mi corazón y hace que la sangre corra, caliente, por mis venas y por las cosas que digo que voy a hacer (y que nunca haré) que por cualquier otra cosa.

Eso sí: mi aspecto dice de mí la auténtica verdad. Soy el cuerpo y la cara que tengo, se me conoce en el gesto de las manos, en lo fea que me pongo cuando me enfado. También en el azul y oro de mis mejores momentos. O el negro y rojo de los peores.

Por hoy basta de ésto. ¡Tengo que divagar sobre la Gran Pregunta de Iñaki!

Cuando llegues que seas tan bienvenid@ como nosotr@s bienhallad@s

1 comentario :

  1. Para Anabel.
    De lo que yo se, la mayoria de la gente para descubrir lo que necesita, primero tiene que sentir su falta.
    Y no está mal que lo encuentre en el Zen, no?
    Bienvenidos todos los que anhelan.

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